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30 jul 2012

el viaje parte II


Cuando desperté, no estaba segura de lo que había sucedido. La cabeza me daba vueltas, y mis labios estaban tan resecos que se habían llenado de pequeñas cuarteaduras. Me ardía la piel, y tenía el cuerpo completamente lleno de moretones y rasguños. Era ya de día, y los rayos del Sol caían pesadamente sobre mí a través de las escasas ramas de los tristes árboles que circundaban la zona. Cuando logré tomar conciencia del lugar en el que me encontraba, intenté ponerme de pie. Avancé, tambaleante,  por el sendero que conducía de la ciénega hacia el campamento y busqué desesperadamente mis ropas. Ni de ellas ni de Eva había el menor rastro.

El corazón me dio un vuelco en el pecho al darme cuenta de que Eva no estaba, me invadió un vértigo tan atroz que por poco me derrumba. Me sentía completamente aterrada, sola, desamparada, perdida en medio de la nada. Mis manos me temblaban y las lágrimas manaban copiosamente por mis mejillas, escurriéndose por mi cuello y nublándome la vista. Lo único que pude hacer, fue llamarla a gritos, pero no hubo respuesta. Pensé lo peor, secuestro, trata de personas, tráfico de órganos, mil ideas se agolpaban en mi cabeza y hacían fluir la adrenalina. Como pude traté de cubrirme la desnudez con algunas ramas y me dispuse a tratar de encontrar el camino que llevaba hacia el pueblo.

Apenas había avanzado un centenar de metros cuando vi algo que me paralizó: la ropa de Eva, la que se había quitado al comenzar el ritual, yacía en el suelo, en parte hecha jirones y manchada con sangre, ya seca. Me sentí morir, la tierra desapareció bajo mis pies y caí, rompiendo en llanto, presa de la más absoluta desesperación. Se me vinieron a la mente un cúmulo de imágenes de ella… sonriente, abrazándome, besándome… Y al final, me la imaginé muerta, asesinada vilmente. Sentía que el corazón me iba a explotar de dolor, y lancé al cielo un grito desgarrador. Nuevamente, todo se obscureció frente a mí, y al menos por un instante, dejé de sufrir.

Me desmayé.

Como producto de una fiebre repentina, tuve visiones de Eva. Siempre de Eva. Llenando mi mundo. Juntas. Tomadas de la mano. Felices. Y, sin embargo, podía percibir que algo siniestro rondaba, acechándome como una bestia a su presa. Un terror sin nombre, e incorpóreo, flotaba en el aire, envolviendo mis sueños en una neblina de pesadillas. El miedo me invadió cuando Eva lanzó una carcajada, y se esfumó de mi lado. Corrí tan deprisa como mis piernas me lo permitieron, llamándola en medio de mi loca huida. Llorando. Suplicando. De repente, unas garras con una fuerza descomunal me sacudieron con violencia por los hombros, y me vi lanzada por los aires, yendo a caer directamente en las fauces abiertas de una monstruosa criatura aforme, surgida de desconocidos abismos. Con un alarido, me desperté bruscamente.

Eva estaba sonriente, junto a mí.


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