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31 jul 2012

psicosis 1


Domingo.
No estoy seguro de por qué estoy escribiendo esto en papel y no en mi computadora. No es que no confíe en mi computadora… sólo… Necesito organizar mis ideas. Poner todos los detalles en un lugar objetivo, un lugar donde sepa que lo que escribo no puede ser borrado o… cambiado… no que haya pasado. Es mi memoria, enturbia las cosas, las reensambla.
Estoy comenzando a sentirme agobiado en este diminuto apartamento. Quizá ese es el problema. Sí, tenía que ir y escoger el más barato apartamento, el único en todo el sótano. La falta de ventanas hace que el día y la noche parezcan la misma cosa. No he salido en unos días porque he estado sumergido en este proyecto de programación, supongo que quería acabarlo de una buena vez. Horas de estar sentado delante de un monitor puede hacer que cualquiera se sienta extraño, lo sé, pero no creo que sea por eso.
No estoy seguro de cuándo comencé a sentir que algo andaba raro. Ni tan siquiera puedo definir qué es. Probablemente porque no he hablado con nadie en un tiempo. Eso es lo primero que me inquietó. Todos con los que normalmente hablo por msn mientras programo han estado ausentes, o simplemente desconectados. Mis mensajes no fueron respondidos. El último correo que recibí fue de un amigo diciéndome que charlaría conmigo cuando volviera de la tienda, y eso fue ayer. Le llamaría con mi celular, pero aquí la señal es terrible. Sí, eso es. Sólo necesito llamar a alguien. Voy a salir.
Bueno, eso no se dio tan bien. Mientras la sensación de temor se desvanece, me siento un poco ridículo por haber estado asustado en absoluto. Me miré en el espejo antes de salir, pero no me afeité la barba de dos días que he crecido. Después de todo saldría tan sólo para hacer una corta llamada. Aunque sí me cambié de camisa, pues era hora de almorzar, y supuse que me encontraría al menos con una persona que conociera. O al menos eso era lo que quería, ojalá lo hubiera hecho.
Cuando salía, ligeramente abrí la puerta de mi apartamento. Una sensación de ahogo ya de alguna forma se había evacuado de mi cuerpo, por una razón desconocida. Se lo atribuí a no haber hablado con nadie más que yo por uno o dos días. Me asomé en el deslucido corredor, tan deslucido como el corredor de un sótano puede ser. Apenas iluminado por un trío de lámparas de neón que no dejan de chasquear, encendiéndose y apagándose en una agonía que al parecer durará mucho tiempo todavía. En un extremo, la gran puerta metálica que lleva a la sala principal del edificio. Estaba cerrada, por supuesto. Dos oxidadas máquinas expendedoras a su lado; compré un refresco de una de ellas mi primer día aquí, pero tenía pasada la fecha de caducidad desde hace dos años. Estoy bastante seguro que nadie más en el edificio sabe que estas máquinas están aquí abajo, que mi tacaña casera simplemente no le interesa reabastecer.
Deslicé mi puerta con suavidad, y seguí el camino procurando no hacer sonido alguno. No tengo idea de por qué decidí hacer eso, pero era divertido rendirse al absurdo impulso de no perturbar el letárgico zumbido de las máquinas expendedoras, camuflarse con el rumor general del pasillo. Llegué al primer descanso de escaleras y subí hasta la puerta principal del edificio. Miré por la cuadrada ventanilla de la puerta, y para mi gran sorpresa, definitivamente no era hora de almuerzo. La penumbra de la noche envolvía las calles de la ciudad, y las luces de los automóviles que daban vuelta en la intersección iluminaban a la distancia como faroles. Nubes púrpuras y negras por el brillo de la ciudad colgaban inmóviles del firmamento. Nada se movía excepto por los pocos abedules de la acera meneados por el viento. Recuerdo temblar aunque no tenía frío. Quizá fue por el viento de afuera. Podía vagamente oírlo a través de la puerta, y sabía que era esa particular clase de viento de media noche, ese que es constante, frío y callado, salvo por la dulce melodía que sonaba cuando se abría paso entre las incontables hojas de los árboles.
Decidí no salir.
En su lugar, levanté mi celular a la altura de la ventanilla, y revisé el medidor de señal. Las barritas llenaron el medidor, y sonreí. Tiempo de escuchar la voz de alguien más, recuerdo que pensé, aliviado. Era algo tan extraño, el tenerle miedo a nada. Negué con mi cabeza riéndome de mi mismo en silencio. Marqué el número de mi mejor amiga Amanda y acerqué el teléfono a mi oreja. Sonó una vez… y entonces paró. Nada pasó. Escuché el silencio por unos buenos veinte segundos, y colgaron. Fruncí el seño y miré al medidor de señal; todavía lleno. Estaba marcando su número de nuevo cuando el teléfono sonó en mi mano, asustándome. Lo pasé a mi oreja.
“¿Bueno?”, pregunté, reteniendo el ligero shock de oír hablar la primera voz en días, aún si se tratase de la mía. Estaba tan acostumbrado a los regulares sonidos del edificio, de mi computador y el de las máquinas expendedoras en el corredor. No hubo ninguna respuesta a mi saludo en un principio, pero luego, una voz se escuchó.
¿Qué hay?”, dijo claramente la voz de un joven, al otro lado de la línea. “¿Quién habla?”
“Juan”, le respondí, confundido.
“Ah, perdón, número equivocado”, contestó, y colgó.
Bajé el celular lentamente y recargué mi cuerpo contra la pared. Eso fue extraño. Revisé en mi registro de llamadas, el número era desconocido. Antes de que pudiera meditar sobre ello, el celular sonó de nuevo, asombrándome una vez más. Está vez miré el número antes de contestar. También era desconocido. Coloqué el aparato junto a mi oído, pero permanecí en silencio. Todo lo que escuché fue el usual sonido de fondo de un celular. Entonces, una voz familiar acabó con mi tensión.
“¿Juan?”, fue la única palabra, por la voz de Amanda.
Suspiré aliviado.
“Hey, eres tú”, contesté.
“¿Quién más iba a…? Ah, el número. Estoy en una fiesta en la Séptima Avenida, y mi teléfono murió justo cuando me llamaste. Éste es el teléfono de alguien más, naturalmente”.
“Ah, bueno”, le dije.
“¿Dónde estás?”, preguntó.
Paseé los ojos por lo muros y su pintura descarapelada, la puerta que tenía frente, con su pequeña ventilla.
“En mi departamento”, suspiré. “Sólo me sentía un poco encerrado. No sabía que era tan tarde”.
“Deberías venir aquí”, me dijo, riendo.
“Nah, no estoy de humor para ir a caminar solo a estas horas”, dije, mirando por la ventanilla a la silente y airosa calle que secretamente me causaba un poco de temor. “Creo que mejor voy a seguir trabajando o me iré a dormir”.
“¡Tonterías!”, contestó. “¡Puedo ir a traerte! ¿Tu departamento queda cerca de aquí, cierto?”
“¿Que tan borracha estás?”, le pregunté divertido. “Tú sabes dónde vivo”.
“Ah, claro. ¿Supongo que puedo llegar allí caminando, no?”
“Puedes si quieres desperdiciar media hora”.
“Cierto”, contestó. “Bueno, me tengo que ir, ¡suerte con tu trabajo!”
Bajé el teléfono de nuevo, viendo a los números parpadear en la pantalla mientras la llamada finalizaba. El inquieto zumbido de las máquinas se reprodujo en mis oídos. Las dos llamadas extrañas y la vista a esa tétrica calle terminaron por encarrilarme de nuevo a mi soledad en esta vacía sala. Tal vez por haber visto tantas películas de terror, tuve la súbita idea de que algo inexplicable podría asomarse por la ventanilla de la puerta y verme, alguna clase de horrible entidad que se pasa orbitando en el borde de la soledad, esperando el momento para arrastrarse hasta algún ser humano que se ha alejado demasiado de los de su clase. Sabía que el miedo era irracional, pero no había nadie cerca, así que… bajé las escaleras, corriendo por el pasillo hasta mi cuarto, cerrando la puerta tras mío lo más velozmente que pude, procurando mantener el silencio. Como dije, me siento un poco ridículo por haber estado asustado de nada, y el temor ya se ha desvanecido. Escribir esto me ayuda mucho, me hace darme cuenta de que nada anda mal. Filtra mis pensamientos incompletos y miedos, dejando sólo hechos concretos y objetivos. Es tarde, recibí una llamada de un número equivocado, y al teléfono de Amanda se le agotó la carga, así que llamó de vuelta con otro teléfono. Nada extraño está pasando.
Aun así, hubo algo inusual en esa conversación. Sé que pudo haber sido por el alcohol que había tomado… ¿O fue ella a quién sentí extraña? O fue… sí, ¡eso es! No me di cuenta hasta ahora, hasta escribirlo. Sabía que hacer esto ayudaría. Ella dijo que estaba en una fiesta, ¡pero lo único que escuché en el fondo fue silencio! Claro, eso no significa nada en particular, pues ella pudo haber ido afuera a tomar la llamada. No… eso tampoco pudo ser. ¡No escuché el rumor del viento! ¡Necesito ir a ver si el viento está soplando!
Lunes.
Olvidé terminar de escribir anoche. No sé qué esperaba ver cuando crucé por el pasillo y asomé el rostro por la ventanilla. Me siento ridículo. El miedo de anoche me parece vago e irrazonable ahora. No puedo esperar para salir y ver la luz del día. Voy a revisar mi correo, afeitarme, darme un baño, ¡y finalmente salir de aquí! Un momento… Creo que escuché algo.
Era un trueno. Todo eso sobre la luz del día y el aire fresco no pasó. Subí por el camino de escaleras, sólo para encontrar decepción. El cristal en la puerta principal era sacudido por la corriente de lluvia torrencial que se desataba afuera. Sólo una muy gris, débil luz se filtraba desde las nubes en lo alto y llegaba hasta aquí; pero al menos sabía que era de día, incluso si era un decaído y húmedo día. Intenté quedarme a esperar que un relámpago iluminase la escena, pero la lluvia era muy fuerte y no pude visualizar nada más que indistinguibles siluetas paseándose por extraños ángulos de la corriente bañando la ventanilla. Decepcionado, me di la vuelta, pero no quería volver a mi cuarto. En su lugar, deambulé por las escaleras, al primer piso, al segundo. Terminé en el tercer piso, el más alto del edifico. Miré a través del vidrio que había a un lado de las escaleras, en la pared que conectaba a las habitaciones; pero era de esos gruesos y distorsionados que bloquean la luz. No que hubiera mucho que ver en la lluvia después de todo.
Me paseé por el alfombrado pasillo del piso. Las diez o tantas puertas de madera, pintadas de azul hace mucho tiempo, estaban todas cerradas. Escuché atentamente mientras caminaba, pero era medio día, así que no me sorprendió no oír nada más que el sonido de la lluvia afuera. En lo que permanecí allí parado, en ese turbio lugar, tuve la extraña y fugaz impresión que las puertas estaban cimentadas como silenciosos monolitos de granito esculpidos por una antigua y olvidada civilización para un insondable propósito de guardián. Cayó un relámpago que iluminó el pasillo, y pude haber jurado que, sólo por un momento, las viejas y roídas puertas azules se vieron justo con ásperas rocas. Me reí de mi mismo por dejar que mi imaginación me jugara así, pero entonces se me ocurrió que el resplandor de ese rayo debe significar que hay ventanas cerca. Una distante memoria me llegó, y de inmediato recordé que el tercer piso tiene una alcoba con una puerta corrediza de cristal a la vuelta de donde estoy.
Emocionado por mirar la ciudad desde arriba, en medio de la lluvia e incluso quizá, ver a otra persona, caminé velozmente a la alcoba, encontrando la larga y delgada puerta corrediza. Era bañada como la ventanilla de la puerta principal. Extendí mi mano a la manilla para hacerlo, pero dudé. Tenía la más extraña sensación de que si la abría, vería algo completamente terrible del otro lado. Todo ha estado tan raro últimamente… Así que ingenié un plan, y volví aquí para llevar lo que necesitaba. No pienso realmente que lograré algo con ello, pero estoy aburrido, llueve, y me estoy volviendo loco de remate. Regresé a traer mi cámara web. De ninguna forma el cable alcanzaría llegar hasta el tercer piso, por lo que, en su lugar, voy a ocultarla entre las dos máquinas expendedoras en el oscuro extremo del sótano, pasar el cable por debajo de mi puerta, y poner cinta de aislar sobre él para camuflarlo en la tira de plástico que se corre por la base de las paredes del corredor. Sé que es tonto, pero no tengo nada mejor que hacer…
Bueno, nada pasó. Dejé abierta la puerta de mi apartamento, me llené de coraje, fui hasta la puerta metálica, la abrí y corrí como alma que lleva el diablo de nuevo a mi cuarto y azoté la puerta. Miré por la cámara web de mi computadora atento, viendo en la transmisión el pasillo afuera de aquí y una parte de las escaleras. Sigo observando en este momento, y no aparece nada interesante. Desearía que el ángulo de la cámara fuera distinto, que pudiera ver al menos una parte de mi puerta. ¡Hey! ¡Alguien se conectó!
Usé un más antiguo modelo de cámara que tenía en mi closet para chatear con mi amigo. No supe cómo explicarle por qué quería que fuera una videollamada, pero se sintió bien ver la cara de otra persona. No pudo hablar por mucho tiempo, y no hablamos de nada importante, pero me siento mucho mejor. Mi absurdo miedo ya casi ha pasado. Ya lo habría dejado a un lado, sino fuera por lo… extraño que transcurrió la conversación. Sé que he dicho que todo me ha parecido extraño, pero… sus respuestas fueron tan vagas. No puedo recordar ni una cosa específica que me haya dicho… ningún nombre, lugar o evento en particular… Pero si me pidió mi dirección de correo, para mantenerse en contacto. Un momento, me llegó un correo.
Estoy a punto de salir. Recibí un correo de Amanda para pedirme que nos reuniéramos en “el lugar donde siempre vamos”. Me encanta la pizza, y he estado comiendo de las sobras que había en lo que una vez fue una alacena decorosa; así que no puedo esperar. De nuevo, me siento ridículo por estos últimos días. Debería quemar este diario cuando regrese.
Otro correo.
Oh por Dios. Casi ignoro el correo y abro la puerta. Por poco y abro la puerta. Por poco y abro la puerto, pero leí el correo primero. Era de un amigo que tengo un buen tiempo sin ver, y fue enviado a muchísimos correos que deben ser cada contacto que tiene guardado. Carecía de título, y decía, simplemente:
“ve con tus propios ojos no confíes en ell”
¿Qué demonios puede significar eso? No me lo puedo sacar de la cabeza. ¿Es un mensaje enviado para advertir que algo ocurrió? ¡La frase claramente se mandó sin completar! En cualquier otro día hubiera tomado esto como spam, pero las palabras “ve con tus propios ojos”, no puedo evitar sino releer este diario y repasar estos últimos días, y caer en cuenta de que no he visto a ninguna persona con mis propios ojos o hablado con alguien cara a cara. La conversación en línea con mi amigo fue tan extraña, tan vaga, tan… misteriosa, ahora que lo pienso. ¿En serio fue misteriosa? ¿O es el miedo que está nublando mi memoria? Mi mente juega con los eventos que he organizado aquí, señalando que no ha habido ni un tan solo dato que haya dado sin sospechar. El “número equivocado” que obtuvo mi nombre y la subsecuente llamada de Amanda, el amigo que pidió mi dirección de correo… Yo le saludé primero cuando vi que estaba conectado. Y luego recibí un correo apenas terminó la conversación, ¡oh por Dios! ¡La llamada con Amanda! ¡Le dije por el teléfono, le dije que estaba a media hora de la Séptima Avenida! ¡Ellos saben que estoy cerca de allí! ¡¿Qué si están tratando de encontrarme?! ¿Dónde está todo el mundo? ¡¿Por qué no he visto o escuchado de nadie en días?!
No, no, esto está mal. Es de locos. Necesito calmarme.

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