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31 jul 2012

solo en mi mente


Se remonta a cuando tenía alrededor de 12 años y mis padres me obsequiaron mi primera computadora para que pudiera hacer trabajos escolares. La compartía con mis hermanas, siendo mi hermana mayor la que más uso le daba, pero yo rápidamente aprendí a usarla a un nivel mayor que ella. Junto con la computadora vino el internet y mi primera incursión a la red,  recuerdo cómo claramente mis primeras búsquedas me llevaron a conseguir dibujos de videojuegos que solía usar en ese entonces.
Un tiempo después bajo la recomendación de un compañero de clases, comencé a visitar páginas con historias de terror, cosa que se volvió adicción. Conseguí libros del género, algunos con supuestos rituales de brujería; recopilaciones de leyendas urbanas y enseguida por la pereza en algunas ocasiones que ocasionaba la lectura, también discos, mp3 o películas relacionadas. No pasaba un solo día sin que tuviera algo que me hiciera sentir temor, ¡y lo amaba!
Pasé toda mi secundaria en esto, y al principio sólo era así. En algunas ocasiones conseguía asustarme tanto que no lograba dormir durante toda la noche, pero lo disfrutaba; no me apartaba demasiado de la gente, no tenía problemas en la escuela así que no se me reprochaba la actitud. Siempre cumplía con mis trabajos y mis tareas, y mis tiempos libres se dedicaban de lleno a la lectura o la escucha de mis historias. El paso de los años no afectó mi actividad.
A los 17 las cosas se tornaron un poco más raras:  tenía la costumbre de acomodarme en un sofá en la sala y leer durante horas, al cabo de un rato mientras hacía eso comenzaba a sustituir aquello que me rodeaba por otras figuras vinculadas a historias que recordaba haber leído hacía mucho tiempo; transformaba ropa amontonada en un esquinero a un anciano de muy avanzada edad, con su espalda encorvada, vestido con una tela raída y con muestras de putrefacción, la misma que cubría la totalidad de su cuerpo a excepción de sus manos y parte de su rostro.
En la puerta del cuarto contiguo al mío se encontraba una cortina de manta caída que no acomodaba puesto que ese cuarto estaba en desuso, y siempre que cruzaba mi puerta me quedaba un segundo parado fuera de ella al confundir la cortina con un tipo recargado en el marco, cruzado de brazos con ropa muy al estilo de los 50’s, fumando. No le di mayor importancia a estas cosas, simplemente suponía que de alguna manera mi mente asociaba esas siluetas con las historias que leía; pero me parecía curioso cómo era que figuras tan simplonas como ropa amontonada y una cortina caída las percibiera como 2 personajes tan singulares y detallados.
Cerca de mis 20 años, o más acertadamente a finales de mis 19, comencé a escuchar voces, sumado a que cada vez era más común que divisara siluetas extrañas durante mis días. Por la noche, cuando me despertaba de madrugada me encontraba con una figura alta encapuchada sosteniendo un cayado y al mismo tiempo que se apoyaba en él. No había una sola parte de su cuerpo al descubierto, incluso la mano con la que sostenía el cayado se mantenía en la más profunda de las oscuridades, impulsada por el infinito abismo que se creaba dentro de su manga. Al principio cerraba mis ojos y al abrirlos nuevamente forzando mi vista para hacer un enfoque más fiel, aquella figura desaparecía,  pero pronto esto dejó de ser suficiente. Me veía obligado a encender la luz para descubrir que allí no había nada además de mi aparente desesperación expandiéndose hasta cubrir de lleno la habitación.
Las voces iban y venían a su antojo, llegué al punto de que incluso no  me percataba que seguían allí, siendo ya algo tan normal para mí; pero la situación se aceleró.
Me encontraba comiendo con unos amigos de mi trabajo en un restaurante al cual debías esperar una buena hora para poder entrar, o reservar, pero claro, ¿quién se tomaría la molestia de reservar para ir a comer hoy en día? Sobretodo un puñado de adolescentes que sólo buscaba hacer espacio para postre. Después de un rato conseguimos una mesa, comenzamos a comer y a charlar de cosas con poca importancia, y la escuché, una voz que me dijo y continuó persistiendo en que algo terrible acontecería, que debía escapar de ese lugar de inmediato y aun así me advertía que me alejara de las puertas, que pusiera distancia entre las ventanas, ¡escóndete!, ¡huye!, ¡aléjate! ¡Están aquí por ti! Se encuentran aquí para reclamar tu vida, para arrancarte el alma, no tienes oportunidad; pero aun así deberías esconderte. ¡Prepárate! Están por llegar.
Podía sentir cómo mi cuerpo se tensaba, mis ojos comenzaron a arder, sentí un frío recorrer mi nuca y bajar hasta mi cuello. Apenas noté que el acceso a la puerta principal quedó libre me levanté de la silla lo más rápido que pude y puse todas mis fuerzas en ordenar a mis piernas que se movieran.
Corrí, en verdad lo hice. Como nunca lo había hecho antes. Tomé conciencia de lo que hacía un rato después, sentía un hormigueo en mis piernas y una molesta vibración en mi bolsillo izquierdo; volví en mí y me percaté de que mi celular estaba sonando, sin saber durante cuánto tiempo, y atendí a la llamada. Recuerdo muy clara la conversación, era uno de mis compañeros, me preguntaba el por qué de haber salido corriendo, que si había tenido algún tipo de emergencia, hace más de 30 minutos que te fuiste, ¿está todo bien?
Me limité a responderle que me encontraba bien, que los vería el lunes en el trabajo. Después de aceptar mi respuesta y comentarme que estaba ahí para ayudarme si lo necesitaba, cortamos la llamada. Reparé en lo que acababa de decirme. 30 minutos, me perdí dentro de mi propia mente durante 30 minutos y había estado corriendo, sin parar seguramente, lo notaba en mis piernas. Necesité varios minutos para recuperarme y orientarme, estaba lejos, me encontraba apenas un par de minutos de mi casa tomando en cuenta que el camino a pie desde el restaurante es de alrededor de 1 hora y media.
Intentaba recordar, poner mis ideas en orden, pero los pensamientos y las imágenes no acudían a mi mente. Caminé el resto del camino a casa,  a esas horas eran pocos los que circulaban las calles. Abrí la puerta y me dirigí a mi cuarto, estoy seguro de haber visto sombras moviéndose en el fondo de la casa, pero estaba tan ensimismado en lo que había ocurrido que no me importó. Subí a mi cama he intenté despejar mi mente, sin darme cuenta quedé dormido entre suaves e incomprensibles susurros que no provenían de ningún lugar.
Todo detonó de una manera muy extrema al día siguiente. Me despertó el sonido que hacia mi teléfono celular en la mesa al vibrar a las 4 de la madrugada, aún no había ninguna luz que se pudiera filtrar por la ventana.
Solo abrí los ojos para ver la hora en mi celular. No quería recorrer el cuarto con mi mirada, estaba seguro de que no era el único en él; pero también sabía que no tenía más opción. Levanté mi rostro hacia la ventana y abrí los ojos bajo la suposición de que mi vista estaba algo nublada, luego entré en razón, eran sólo ellos de nuevo.
Allí estaba, esa enorme figura encapuchada haciendo trasluz en la ventana. Tenía miedo, a decir verdad estaba aterrado, y estaba cansado ya de esto. Decidí encararlo pero antes de que pudiera incluso pensar en qué decir una voz se disparó en mi mente.
Somos tuyos y por consiguiente te pertenecemos, como tú a nosotros. Seremos tu fin, mientras que tú serás nuestro principio.
La figura desapareció para mi pavor, cerré mis ojos y cuando los abrí de nuevo el cuarto estaba inundado de luz, había amanecido, y una vez más perdí la noción del tiempo. Me vestí, bajé y fui directo al cuarto de mi madre. Cuando entré estaba despierta, me acerqué a ella, la abracé y le conté lo que había ocurrido; me miraba escéptica, como si no pudiera decidir si creerme o no.
Al final lo hizo, después de todo ¿qué madre no le creería a su hijo cuando la mira a los ojos y le dice que tiene miedo un día antes de cumplir 20 años?
Pasé meses asistiendo a terapias, primero con psicólogos, después con psiquiatras; medicándome, en alguna ocasión a base del diagnóstico de personas practicantes de medicinas alternativas.
Ahora estoy bien, tengo 25 años y las alucinaciones continúan, son parte de mi vida, porque son parte de mí, tal como me lo dijo: serán mi final y yo su principio. Los veo cada noche y por las mañanas los escucho susurrar, en ocasiones siguen logrando que huya de algún lugar. He intentado terminar con mi miseria incontables veces, pero es como si no pudiera dañarme a mí mismo, las armas se vuelven inútiles en mis manos, el tiempo se detiene en mí cuando intento involucrar una caída o un accidente vial.
Mis intentos fallidos de quitarme la vida terminan en noches espantosas de un sufrimiento indescriptible, mi cuerpo se mantiene sano, pero siento debajo de mi piel cada golpe, cada corte y fractura que esos seres me hacen. He preguntado el motivo y me han dicho que fue porque yo los dejé entrar.
No sé cuál de las historias que he leído resultó ser real, no sé cuál de los libros de hechicería que tuve logró invocarlos, tampoco podría decir cuáles palabras pronunciadas siguiendo la sensación de miedo que me provocaba conjurarlas los llamó a habitar en mí,  sólo sé que yo en algún momento escogí y provoqué esto, y que nunca seré capaz de escoger mi final.

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