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24 oct 2012

Mas allá de los sueños


La tarde moría lentamente en el horizonte, cuando Sonia estuvo de nuevo frente a su casa. No había vuelto a ella desde que fuera al velatorio de Samuel, su marido, el día anterior, y le costaba horrores tener que abrir la puerta y enfrentarse a las sombras de su anterior vida.
La última vez que le vio fue hace tan poco y estaba tan rebosante de vida que le costaba asimilar el golpe que la vida le había dado.
Aunque, cuando más lo pensaba, menos culpaba a la vida y más al conductor ebrio que se empotró contra el coche de su marido hacía dos noches.
Sonia sacó las llaves de casa y se quedó inmóvil, sin poder meterlas en la cerradura. Entonces guió su mano con dulzura Ángela, logrando así que la puerta cediese ante ellas.
Vamos cariño, tienes que entrar. No sirve de nada evitarlo – susurró Ángela al oído de Sonia, mientras le acariciaba con ternura el hombro – él lo habría querido así Sonia, y lo sabes.
Él no habría querido morir Ángela – zanjó Sonia.
Su amiga se quedó entonces en silencio, mirando al suelo avergonzada. Hablarle a una persona que acaba de perder un ser querido nunca era fácil ni tampoco era el fuerte de Ángela.
Las dos amigas entraron finalmente en la casa, que estaba en penumbras. En el hall se encontraba el inmenso reloj de pared lanzando tic tacs regulares. Era el único sonido que daba una apariencia de vida a la casa, aunque ésta fuera mecánica.
¿Quieres que te coja la urna? – preguntó Ángela
Sonia se quedó entonces mirando atónita la urna que tenía bajo el brazo. Las cenizas de su marido aún estaban calientes, emanando de ellas una agradable calidez que estremecía a Sonia.
Sí por favor. Ponla sobre la repisa de la chimenea. Le encantaba ese sitio – balbuceó Sonia, rompiendo en lágrimas.
Su amiga se apresuró en tomar la urna y colocarla donde le había indicado Sonia para volver seguidamente junto a ella, para tratar de consolarla.
Vamos Sonia, trata de descansar un poco. Ha sido un par de días duros. Necesitas dormir. Por favor.
Sonia la miró con los ojos enrojecidos, dos grandes surcos negros arañaban su rostro lívido, dándole un aire tétrico.
Tienes que limpiarte el maquillaje cariño – dejó caer Ángela mientras le limpiaba los restos de pintura a Sonia con la manga del vestido.
No quiero Sonia. Quiero estar a solas con Samuel – suplicó mirando en dirección a la urna.
Te entiendo pero no me iré hasta que te duches y te pongas el pijama. Si quieres, mientras te duchas te preparo un caldito ¿vale?
Sonia iba a negarse pero Ángela la cortó.
Y no aceptaré un no por respuesta…amenazó con tono fingidamente ofendido.
Sonia sonrió entonces débilmente y se dirigió cabizbaja hacia el dormitorio en el cual había compartido tanto con Samuel. Todo le recordaba a su marido. La casa parecía una cáscara vacía en la que únicamente cabía el eco de sus pasos. No habría más carcajadas cómplices ni caricias. Toda la vida de su marido estaba en una urna, esperando que el viento se la lleve a su antojo.
En el pasillo se paró un momento ante la puerta cerrada del despacho de Samuel. Giró el picaporte y abrió la puerta. Todo estaba como lo había dejado dos días antes.
Junto a una montaña de notas y manuscritos se alzaba la torre del ordenador, exánime. La pantalla, tan sombría como el ánimo de Sonia, revelaba que no estaba trabajando Samuel en su nueva novela.
Sonia se esforzó por no llorar recordando la ilusión que Samuel derrochaba con aquel nuevo proyecto. Según le comentó una semana antes casi había terminado la historia.
Un capítulo más y voilà, otra gran obra maestra de Samuel – bromeó cuando estuvo bajo del edredón con Sonia – espero que mi bichillo me lo corrija antes de mandarlo a estos de la editorial.
Siempre leía sus novelas. Le gustaba que fuera así. Aunque a ella no le gustaba demasiado el mote que le puso de “bichillo”, y más sabiendo que surgió a raíz de la crítica bastante ácida que hizo de su primera novela. Pero según le dijo luego Samuel, esa crítica hizo que se replantease la novela y que resultara finalmente un Best Seller. Así que bueno, al final se acostumbró a lo de “bichillo”.
Sonia cerró la puerta y entró en su dormitorio. Sus gestos eran lentos y torpes. Parecía estar viviendo una pesadilla de la que costaba despertarse. Un par de veces tuvo incluso que sentarse para hundir su rostro entre las manos y sollozar lo más silenciosamente posible para no alertar a Ángela, que estaba preparando el caldo en la cocina.
Tras la ducha volvió al comedor. Allí la estaba esperando Ángela, una sonrisa en la cara y un bol de caldo humeante delante de una silla vacía. Era el sitio de Samuel pero claro, ella no lo sabía.
Toma, te sentará bien cariño.
Sonia se sentó y bebió a desgana el caldo, sorbito a sorbito.
Así me gusta, tómatelo y luego a la cama, a dormir un poco.
Tras apurar el bol, Ángela fue a fregarlo.
¿Oye, quieres que me quede esta noche contigo Sonia? – tanteó su amiga – sabes que no me importa. Ni tampoco le importará a Miguel.
No te preocupes estaré bien, vale. Vete a casa. Si me hace falta algo te llamaré, descuida.
Su amiga dejó el bol limpio en la encimera y miró con cara de preocupación a Sonia.
No me gusta dejarte así…
No te preocupes, estaré bien, en serio – sonrió sin demasiada convicción Sonia.
Vale. Me iré pero sólo si me prometes que si me necesitas me llamarás – inquirió con semblante grave.
Que sí. Te lo prometo.
Cuando finalmente se fue Ángela, la casa le parecía aún más solitaria. Le daba la sensación que las estancias se encogían al ritmo del latido metálico del reloj de pared. Tic tac, tic, tac y así pasaba la vida.

Sonia se tumbó en el sillón y trató de mirar la tele. Hizo zapping un rato pero no echaban más que programas estúpidos con gente sonriente y feliz. Verlos acrecentaba su tristeza, así que apagó la tele, mirando su propio reflejo deforme en la pantalla vacía.
Cuando la fatiga empezó a apoderarse de ella supo que el momento había llegado y se fue a la cama dando tumbos.
Una vez acostada se echó el edredón encima, tapándose parte del rostro. Cuando cerró los ojos percibió el olor masculino de Samuel. Olerlo hizo que brotaran de sus ojos cerrados lágrimas que mojaron la tela. Y así se quedó dormida.
El sueño era intranquilo e inconexo. En su fantasía se sucedían imágenes aleatorias de su vida junto con Samuel. De repente estaba en el altar cuando en el instante siguiente se encontraba delante de un Samuel adolescente que la invitaba a salir. Los recuerdos se sucedieron a una velocidad cada vez más endiablada hasta que se vio a ella misma en un pasillo estrecho y kilométrico.
Parecía el pasillo de su casa aunque algo en él era diferente. En el fondo del pasillo se insinuaba la forma difusa de una puerta. Parecía la puerta del despacho de Samuel. Se acercó lentamente hacia ella. A cada paso que daba parecía que se hundía ligeramente el suelo. Pero cuando miraba hacia abajo no veía nada anormal.
Siguió caminando hacia la puerta, una luz grisácea filtrándose bajo ella. Poco a poco iba recortando la distancia que la separaba del final del pasillo. De repente escuchó el sonido de las teclas del ordenador de Samuel agitándose con frenesí.
Al escuchar aquel sonido emprendió una carrera desesperada para alcanzarlo, aunque a cada zancada que daba se alejaba la puerta, además de acrecentarse la sensación de hundirse en un suelo gelatinoso.
Cuando comprendió que correr no le iba a acercar más rápidamente se frenó en seco, cayendo de rodillas. Empezó a llorar mirando al suelo. Sin embargo una luz llamó su atención. Era la luz grisácea que momentos antes había visto emanar de debajo de la puerta.
Y ahí se alzaba el marco de madera, a un par de pasos de ella.
Se levantó temblando, temiendo lo que pudiera esconderse tras aquel obstáculo onírico. Aunque cuando volvió a escuchar el tamborilear de las teclas se animó, abriendo la puerta de par en par.
Vio el despacho de Samuel, con sus manuscritos apilados y los libros en las estanterías laterales. Pero también estaba una persona escribiendo en el ordenador, que estaba encendido.
¿Samuel, eres….eres tú?
La figura se giró y miró a Sonia con una sonrisa en la cara. Era él, con su encantadora sonrisa dibujada en el rostro. Parecía pletórico.
Perdona si te he despertado Sonia. Ya he terminado la novela. ¿Te acercas y la lees?
Sonia abrió entonces los ojos de par en par.

Estaba en su cuarto, tumbada bajo el edredón. Todo parecía igual que antes de dormirse aunque había una diferencia. Flotaba en el aire la colonia que Samuel ponía cada vez que presentaba a la prensa alguna novela. Y la última vez que la usó fue hace varios meses.
Aquella certeza catapultó de la cama a Sonia que salió corriendo por el pasillo oscuro de su casa. Tras unos pocos metros se plantó delante de la puerta del despacho de Samuel, filtrándose bajo ella una luz grisácea.
No…no puede ser. ¿Samuel, eres tú? – preguntó al silencio.
Giró el picaporte lentamente y lo que vio la paralizó un instante.
El ordenador estaba encendido. En la pantalla se veían párrafos enteros redactados.
Se acercó con los ojos abiertos como platos. Era la nueva novela de Samuel. Leyó en silencio la última página escrita, observando como alguien había redactado a su intención un Post Data que decía así:
“Dedicado a mi mujer Sonia, a la que tanto he querido y a la que siempre querré. Espero que te guste esta novela Bichillo. Siempre tuyo. Samuel”
Mientras releía sin cesar este último mensaje de Samuel sintió como un soplo cálido le acarició el cuello, arropado por el tic tac del reloj de pared.

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