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30 jul 2012

el viaje parte IV


Y entonces, lo recordé. La imagen vino a mí de golpe. ¿Cómo no lo recordé antes?

Pasé saliva con dificultad, y comencé a hablar:

-Eva…-la voz me temblaba- yo vi tu ropa, ensangrentada y desgarrada antes de desmayarme. Antes de encontrarte. Antes de que tú me encontraras. ¿Qué hay de eso?

Ella sonrió, con la expresión de un jugador de ajedrez que ha visto que su rival hace un movimiento interesante. Y su boca se me figuró desproporcionalmente grande por un segundo.

-No lo sé. Esa ropa nos la quitamos, ¿recuerdas? Quizá algún animal la tomó e hizo con ella lo que viste.

Su respuesta sonaba lógica. Pero algo no me gustaba. Sentía un estremecimiento por toda la espina dorsal. Mi sexto sentido me alertaba no bajar la guardia. Los vellos de todo mi cuerpo comenzaron a erizarse.

-De acuerdo. Pero… aún no me dices cómo fue que llegaste tú sola al pueblo. Desnuda. Además parecías conocer bien la zona. Y…

-Angie, ¡por Dios!-me interrumpió- ¿qué son todas esas marañas que traes en la mente? ¿Te encela la idea de que tu niña ande paseando por ahí, sin ropa alguna?-rió, intentando sonar alegre, pero su risa sonaba hueca.

-Es sólo cansancio, amor -continuó-. Anda, bajemos del coche y vayamos a dormir un rato. Estoy segura de que en cuanto despiertes, te sentirás mucho mejor.

Esto último lo dijo en un tono casi de burla. Definitivamente, sus ojos se veían más grandes.

Tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la casa. Eva entró primero, yo me quedé un poco atrás y volteé a ver con nostalgia, la ciudad detrás de mí. Por algún motivo, tenía miedo. Hubiera dado cualquier cosa por no estar a solas con ella. Imaginé a todas las personas viviendo sus vidas despreocupadas, libres. Con temores mundanos. La renta, la escuela de los hijos, el trabajo, la inseguridad… No como yo, que sentía que me introducía en la guarida de un monstruo.

Eva volteó a verme, inclinó un poco su cabeza y me extendió la mano. Con un suspiro de resignación, la cogí apenas de la punta de los dedos y entré.

Esa noche fue la primera de mi tormento.

Hacía ya rato que estábamos acostadas, y yo no lograba conciliar el sueño. El reloj marcaba la medianoche, y me sentía temblorosa, frágil.

De repente, sentí los dedos de Eva recorriéndome la espalda, con intenciones que yo conocía muy bien. Lentamente comenzó a besarme el cuello y a acariciar mis hombros, sentía su aliento en la nuca y en mis oídos, y por alguna razón, me repugnaba. Me parecía oler algo pútrido. Sentí que sus dedos se acercaban sigilosamente hacia mi vientre. Me alejé un poco y apreté los muslos.

-Eva…-murmuré, fingiéndome casi dormida- tengo sueño, cariño…

-¡No!-dijo con violencia al tiempo que me sujetaba fuertemente por las muñecas y me volteaba hasta ponerme boca arriba. Su cuerpo presionaba contra el mío de manera que me lastimaba. Su rostro estaba justo frente a mí. Sus facciones con la escasa luz tomaban un aire perverso. Mi corazón latía aceleradamente, por el terror que la situación me producía. Aflojó un poco la presión de las manos y se encaramó encima de mí un poco más.

-Tenía tantos deseos de que estuviéramos solas… ¿Lo entiendes, preciosa?- No respondí.

Se inclinó sobre mi estómago y dio un profundo respiro, como tratando de llenarse de mi olor.

Comenzó a lamerme despacio, desde el estómago pasando en medio de mis senos y después hacia el cuello, para terminar en mis mejillas.

Cuando vi su cara nuevamente, no pude reprimir un grito ahogado de angustia. ¡Su lengua! Era muy larga, de una tonalidad negruzca con manchas rosáceas.

Lanzó una carcajada, echando la cabeza un poco hacia atrás, después me sujetó con fuerza y me mordió en el hombro. Sentía mi sangre mezclada con su saliva fluir hacia la cama, manando en abundancia, y un dolor que me paralizó todo el costado izquierdo.

Quise gritar, pero Eva cubrió mi boca y mi nariz con su mano. Comencé a llorar y a sentir que me ahogaba, intentaba jalar aire con desesperación, pero ella era demasiado fuerte. Estaba completamente encima de mí, entretenida en causarme el mayor dolor posible.

Sentía su cuerpo sudoroso restregarse contra el mío. Y el asco me hacía seguir luchando.

Poco a poco, al dejar de recibir oxígeno, comencé a perder la conciencia. Me sentía morir. Mi llanto continuaba, silencioso, y mis pulmones estallaban, implorando un poco de aire. Me sentía débil y casi no noté cuando Eva se quitó de encima de mí. La escuché salir a la calle, e intenté levantarme, ¡huir!… pero el cuerpo no me respondía. Sencillamente estaba demasiado aterrada y exhausta, por no mencionar el lacerante ardor que me destrozaba el hombro.

Después de unos minutos, Eva regresó. Lo último que escuché fue el sonido de sus dientes masticando algo, que no quise saber que sería, y después, nuevamente la obscuridad absoluta.



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